En la noche cuarta Dios le confiesa su color
La espera en los sueños
Redobla las ramas entre la lluvia…
La invita a Salir.
A su lado siente la nieve destronarse de su piel
Junto al color del viento amanece…
Resplandecen gélidas y carmines…
Las niñas de sus ojos.
El espejo que la riela se tuerce para no verla invisible
Y cuando El divino desenvaina el filo de la luz…
Caen copiosas piezas blancas de su alma altísima
El silencio le habla.
A la noche pura la salida es infinita
Y ella querrá vivir hasta siempre
En la luz de lo inmenso que tiene el color de la música
Él resplandece entre las ramas y la mira.
En la noche quinta Dios le confiesa su sonido
Ella sostiene en una mano...
Las perlas que caen de sus ojos
Que tienen la alegría de estar viva.
A ella le nieva el verbo por toda el alma.
Si existe lo divino, alguién lo dice en palabras ilvanadas de luces, si existe el poeta y nos trae esa noticia de lo divino.
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ResponderBorrarLos curas viven de convencernos de que no hay lugar mejor que el que está en los cielos; los abogados de los errores; los doctores de los defectos y nuestro cuerpo sometido al padecimiento de los que comemos, bebemos y respiramos; los psicólogos de la enfermedad terrible que representa la gente con la cual nos relacionamos; los albañiles viven de construir y otros de destruir. Pese a todas estas cosas, poetas como vos, Bell, nos crean flores en medio de la desgracia de vivir en un desierto inmerso de matices y sentimientos de angustias y alegrías.
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